A menos que se trate de una mutante recién llegada de Chernobil (Rusia), toda hembrita con la que uno se llega a cuadrar tiene amigas a su alrededor. Eso es importante tenerlo en cuenta porque cuando uno entra en la vida de alguien como novio, necesaria, inexorable e inevitablemente va a tener que permitir que las amigas de ella se metan en la vida de uno.
Todo comienza de la manera más inocente: uno cree que ella sólo tiene una amiga, Paola, esa en común que se la presentó a uno en primer lugar. Pero resulta que Paola es una de esas amistades distantes con la que se ve cada mil años, lo que explica por qué uno nunca había visto a su novia antes, ni siquiera en las fotos que Paola sube a Facebook. Uno empieza a creer que su nueva conquista es una de esos exóticos especimenes solitarios que uno va a poder tener sólo para uno, en un paraíso idílico donde el resto del planeta juega simplemente el papel de distantes extras.
Sin embargo, la ilusión dura dos semanas, máximo tres. A menos que uno tenga un olfato excepcional para las emboscadas, la novia lo enreda diciendo que ese fin de semana sólo para dos (en el que pensaban darse como a ratas) van a tener que posponerlo porque "una amiga del colegio está cumpliendo años". Si uno accede a cambiar sus planes (porque es que son "unidísimas" y da pena ser el malo del paseo), de ahí en adelante ya no va a poder tener un fin de semana a solas porque siempre va a salir una amiga del colegio que cumple años ese sábado. Ojo que no es viernes ni domingo sino sábado, atravesado de tal forma que uno necesariamente debe sacrificar el otro plan. Cuando pasa casi un año en las mismas, uno empieza a creer que a su novia la hacinaban durante el bachillerato en un galpón con 50 o más compañeras (¿de dónde putas salen tantas amigas del colegio diferentes?), hasta que se pone a hacer cuentas y resulta que le metieron de contrabando también a las amigas de la universidad, las del club, las de la oficina… En últimas, uno acaba dándose cuenta de que esta hembrita conocía directa o indirectamente a todas las mujeres de la ciudad.
De tanto verse con todas esas hembritas uno empieza a creerse amigo de ellas, hasta se deja invitar a sus parches cuando la novia no está en la ciudad para no quedarse solo (obvio, uno dejó de ver a los amigos hace meses por estar yendo a tanto cumpleaños y ya ni lo tienen en cuenta para salir). Sin embargo, no más es que uno tenga un problema con la novia para que todas sus amigas muestren los dientes y saquen las garras. El amor hace que la novia sólo vea en uno cualidades y casi ningún defecto, mientras que las amigas pareciera que hubieran hecho una especialización en auditoría porque le hacen inventario exhaustivo de cada pequeño defecto y llevan el historial de cada pequeña embarrada que uno haya podido cometer.
Si llegan a terminar, la ex novia sólo va a escuchar de sus amigas acusaciones contra uno sustentadas como si estuvieran en juicio ante un tribunal militar. Ante semejante lavado de cerebro, en el imaginario de la ex novia uno deja de ser "mi gordito divino" para convertirse en "el enano asqueroso" y terminar como "el hijueputa ese".
Pero ¿saben qué es lo peor? Uno supone que después de elaborar el duelo, hacer las paces con el pasado y volver a subir su autoestima, va a poder empezar otra relación sin problemas. Pero no. Resulta que cada nena en edad de merecer en toda la ciudad es amiga en mayor o menor grado de su ex: para ellas, uno es como uno de esos parias de la India a quienes ni siquiera les contestan el celular. Y no importa que uno haya sido un buen novio y la ex ya esté felizmente casada con un senegalés musculoso de dos metros, la lealtad de amiga puede más y jamás van a permitir que uno se les acerque.
¿Qué hace uno en esos casos? Puede intentar cambiarse el nombre y hasta dejarse el bigote y las gafas oscuras (incluso de noche) para no ser reconocido en la calle. O probar suerte en otra ciudad donde las mujeres no conozcan a la ex de uno. Por ejemplo, en Senegal.