jueves, 30 de septiembre de 2010

Las motivaciones de la guerra

En esta entrada Juan Fernando Zuluaga reseña las motivaciones humanas según Linus Torvalds y se pregunta cuál sería la motivación humana para hacer la guerra.

          Pues creo que la explicación de Torvalds se queda corta. Tal vez el driagrama de Venn describa las motivaciones de una persona normal, pero recordemos que quienes deciden ir a la guerra no son personas del común. Tipos como Napoleón, Hitler, Uribe, Mao, Chávez, Bush, Castro, Escobar han sido seres extraordinarios con egos desmedidos, pero también con una capacidad de trabajo, carisma y ambición que se sale de toda proporción. Y estos atributos son indispensables para llevar a un ejército a la batalla porque una persona solita, por peliona o fuerte que sea, no puede hacer una guerra que dure meses o años.

          Como avezado jugador de Age of Empires, Civilizacion, Rise of Nations, Risk e Imperial, puedo decir que el orgullo y la ambición importan más que las razones económicas o estratégicas a la hora de decidir lanzar una bomba atómica o enviar a una muerte segura a batallones enteros. Si ese es el caso conmigo que soy alguien del montón sin un ego o una ambición desmedidos, ¿se imaginan cómo sería semejante poder en manos de algunos de los personajes antes mencionados?

          Yo le apostaría a que el ritual de agresión (íntimamente ligado al sexo) es uno de los instintos primarios responsable de que apoyemos una guerra que se nos haya vendido bien (que justificaría lo del entretenimiento). Sin embargo, en cuanto amenace nuestra supervivencia (que nos toque arriesgar la vida en el campo de batalla) o nuestro bolsillo se vea afectado (impuesto de seguridad, inflación o desabastecimiento como pasa en Venezuela y Cuba) nos echamos para atrás. A los gringos les pasó con Vietnam o Irak: mientras fuera algo por allá lejos donde hubiera una victoria rápida y sin muchos costos, qué dicha. Pero cuando empezaron a llegar aviones cargados de soldados gringos muertos en bolsas negras ya no les pareció tan chévere y empezaron a protestar.

          En resumen, se necesita de uno de estos personajes extraordinarios para que vayamos en contra de nuestras motivaciones y de toda lógica para iniciar y/o mantener una guerra.

domingo, 20 de junio de 2010

¿Respetar a los que no votaron?

  • 509 AC: gracias a que Bruto arriesgó la vida para derrocar al rey etrusco se creó la primera república romana.
  • 480 AC: gracias a que 7000 griegos comandados por Leonidas se enfrentaron a 300000 persas fue que sobrevivió la idea de democracia (aunque los masacraron).
  • 1789: gracias a que los revolucionarios franceses se mataron para derrocar a sus reyes, nos llegaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
  • 1794: gracias a que Antonio Nariño se fue a la cárcel por divulgar acá esos Derechos fue que los conocimos.
  • 1819: gracias a que Bolívar, Santander y su ejército se enfrentaron al poderoso ejército español pudieron legarnos la democracia.
  • 1945: gracias a que 16 millones de soldados aliados dieron la vida para frenar a Hitler, Musolini e Hirohito, la democracia sobrevivió al totalitarismo.

Si toda esa gente dio la vida para que tengamos el derecho a elegir a nuestros gobernantes o por lo menos a expresar nuestra inconformidad votando en blanco, ¿POR QUÉ PUTAS VOY A RESPETAR AL QUE NO VOTA CUANDO NO HA HECHO NI MIERDA PARA GANARSE ESE DERECHO? 

No todos los abstencionismos son iguales

Ahora, hay varios tipos de abstencionismo: 

Por ejemplo, en un referendo la abstención tiene un sentido estratégico: si yo no voto, contribuyo a que no se alcance el umbral necesario para que se apruebe el "sí" y en ese sentido es incluso más útil que votar por el "no". 

Hay otros que consideran a la democracia una farsa y conscientemente no participan de un sistema en el que no creen. Incluso esa posición puedo respetarla.

Pero hay otros que no se toman el trabajo de pensar, informarse y decidir o que prefieren quedarse pasando la mañana desenguayabando la Ley Seca (basta con que les prohiban beber para que les den más ganas de hacerlo) y la tarde viendo el partido de Brasil que ir a votar. Esos no me merecen ningún respeto.


Eso sí, cuando empiecen los escándalos de corrupción, cuando llegue la Corte Penal Internacional por los Santos Positivos, cuando un único partido se eternice en el poder como en Cuba, China o el México del PRI no me pueden echar la culpa. Yo voté por Mockus. 

martes, 9 de marzo de 2010

La Física y la Química de mi vida amorosa

Cuando era niño, el amor parecía muy simple: un juego determinístico donde toda acción tenía una reacción predecible, Newtoniana. Cuando crecí, mi “trabajo de campo” me convenció de que en el amor todo depende, como diría Einstein. Ahora me doy cuenta de que el único que podría explicar lo que pasa en mi vida amorosa es Heisenberg.

El amor desde la dinámica clásica
          Efectivamente, cuando era niño el amor parecía un juego con reglas claras aprendidas con el patrocinio del conductor del bus del colegio: "golpe con golpe yo pago; beso con beso devuelvo, esa es la ley del amor, que yo aprendí, que yo aprendí...". Según eso, el juego del amor podía explicarse fácilmente con la Tercera ley de Newton:  "Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: o sea, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en direcciones opuestas". En mi imaginario de niño todo se reducía a que si a mí me gustaba alguien y se lo expresaba, la reacción que seguía a esa causa era que yo también le iba a gustar a ese alguien.

          ¿Y qué pasaba si yo no le gustaba a la niña de mis sueños? Pues bastaba con perseverar para convencerla de lo contrario como sabiamente preveía Newton en su primera ley: "Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él."

El amor desde la relatividad general
          A medida que fui creciendo me di cuenta de que, en lugar de un juego con reglas fijas y claras, el amor se parecía más a un ejercicio de estrategia militar con reglas cambiantes. Lo que podía parecerle muy romántico a unas niñas, a otras les parecía una boleta. Sun-Tzu la tenía clara: hay que conocer primero a tu objetivo.

          Sin embargo, no siempre la rigurosa labor de inteligencia que hiciera antes para conocer los gustos de mi “blanco” garantizaba que mis atenciones hicieran que la nena cayera rendida a mis pies. Lo más desconcertante de todo, era que a veces algún baboso aparecía de la nada, sin saber nada de la niña de mis ojos,  y se la cuadraba. No valía que mis poemas fueran impecables, o que las rosas fueran las más bonitas de la floristería… si el man le gustaba, automáticamente a ella le iban a gustar más las frases de cajón del advenedizo y sus flores le iban a alegrar más el día... aunque hubieran sido arrancadas apresuradamente del propio jardín de ella.

          Conclusión, no hay ningún truco que sea objetivamente "mejor" que otro, todo depende del punto de vista de la nena a la que se le esté cayendo. Parafraseando a  Einstein, "la percepción del espacio y el tiempo depende del estado de movimiento de la observadora o es relativa a la observadora".

El amor desde la mecánica cuántica
          Ahora, siento que no entiendo nada y que las veces en que mejor me ha ido es porque el amor me ha caído mientras estaba distraído pensando en otra cosa. Sin embargo, nunca está de más conocer gente a ver si hay química con alguien, pero invariablemente:
  • La nena que es linda, interesante y exitosa profesional... vive en otra ciudad.
  • La mujer misteriosa, entretenida, sexy que vive en mi ciudad... tiene marido.
  • La que es soltera, atractiva, divertida y que vive en mi ciudad... es tan chiquita que es casi ilegal cuadrarse con ella.
          Como quien dice, si me dan gusto en unas cosas, siempre va a haber alguna variable que me impide estar con la mujer ideal. Eso me recuerda a Heisenberg, el primero que previó mi situación con su principio de incertidumbre: "no se puede determinar, simultáneamente y con precisión arbitraria, ciertos pares de variables físicas. Por ejemplo, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su cantidad de movimiento lineal y, por tanto, su velocidad".

          Sin embargo, no me puedo quejar. Mis profesores de colegio sí me advirtieron que si quería entender mejor el mundo, debía pararle más bolas a la Física. Pero ya que esa batalla parece perdida, voy a darme más oportunidades con la Química.

lunes, 11 de enero de 2010

Mi maestra Jedi estaría orgullosa de mí

Si me preguntan qué me pasa, podría hacer un resumen usando personajes de ficción: de niño tenía los problemas de Calvin, de adolescente los de Sheldon Cooper y ahora de adulto (?) tengo los de Anakin Skywalker.

          Efectivamente, cuando era niño tenía increíbles problemas de atención. No importaba cuánta atención pusiera al profesor en el colegio, invariablemente acababa siguiendo con los ojos los patrones geométricos del tablero, del piso, de la camisa del compañero de adelante. Y tal y como Calvin era sorprendido por su profesora al volante de la nave de Spiff, a mí me preguntaban algo preciso cuando cuando ya iba por los paneles del cielo falso.

          Ya en mi adolescencia leía tanto, pero tanto, que tenía en mi cabeza descripciones de lugares y situaciones con los que mis compañeros ni siquiera soñaban. Por eso cuando me escuchaban hablar, todos creían que yo era inteligentísimo (todos, menos mis profesores de álgebra, trigonometría y cálculo que me miraban con profunda conmiseración). Obvio que las gafas culo de botella ayudaban un poco a la imagen. El hecho es que tenía una idea muy clara de cómo debería ser el mundo si fuera regido por la lógica y la razón, y al igual que Sheldon Cooper encontraba muy perturbador que la gente no cumpliera su palabra o que su proceso de toma de decisiones fuera más emotivo que racional.

          Ahora, aunque tengo la edad emocional de un niño de 25 años, las canas en mi barba y en las cabezas de mis ex compañeros de colegio me dicen que ya se supone que debería ser adulto. Ahora el lío es que todo sale distinto a como lo he planeado. Si me pongo a revisar mi historial a la luz de modernas teorías psicológicas, encajo en cuanta vaina rara hay, desde el Síndrome de Asperger hasta el Trastorno de Déficit de Atención. Mejor dicho, a diferencia de Anakin Skywalkwer, aguantarse las ganas de ceder al lado oscuro es una pendejada al lado de todo esto. Sin embargo, mi maestra Jedi insiste en que son puras ganas mías de joder.

          La última tarea que me puso antes de irme del país fue que me expusiera voluntariamente a la situación que más me incomodara. Prueba superada (fácilmente). Lo que no me imaginé es que la verdadera prueba de fuego estaría en mis vacaciones.

          Resulta que cuando volví al país, no llegué directamente a mi casa sino que de Bogotá pegué para Santa Marta a unas vacaciones organizadas por mi mamá “con todo pago”. El problema es que cuando mi mamá paga, significa que es bajo sus condiciones y automáticamente dejo de ser un adulto que toma sus propias decisiones para convertirme de nuevo en un niño de 8 años. Y como me gasté los restos de mi tarjeta débito en el vuelo a Santa Marta, dependía absoluta e irrevocablemente de mi mamá hasta para comprar una bolsa de agua. Es la sensación más desagradable que se pueda experimentar (después de deberle plata a la DIAN, por supuesto).

          La tapa fue cuando traté de volver a casa y no pude hacerlo por avión a pesar de que estuve más de una hora intentándolo. Así que resignado, compré un pasaje en bus para el lunes festivo y empecé a mentalizarme para un viaje de 24 horas por medio país. Sin embargo, cuando fui a montarme al bus, encontré con que Brasilia nos había estafado: el bus viejo e incómodo en el que pretendían enviarnos a Cali no era el carísimo transporte por el que habíamos pagado. Obviamente todos los viajeros protestamos y pedimos a la Policía que interviniera. Cuando dijeron que iban a ver si de pronto nos podían asignar otro bus en tres horas o al otro día, yo opté por cambiar mi pasaje para el siguiente día y devolverme a Santa Marta. Una fuerza misteriosa me retiene aquí contra mi voluntad y nada me encabrona más que verme forzado a hacer algo contra mi voluntad.

          Pero nada. Al mal tiempo, buena cara. Ojalá tuviera con qué pasear el día que me queda. Hasta ahora he logrado monitorear permanentemente mis reacciones y purgar las ideas irracionales que llevan al Lado Oscuro. Y claro, me consuela preparar mi regreso a Santa Marta pero bajo mis condiciones. Junto a la carpa,  no sobra empacar el sable de luz.