viernes, 23 de noviembre de 2007

Las múltiples vías del afecto

Aunque su pasatiempo favorito sea lamerse el trasero con verdadero entusiasmo, nadie dudaría en calificar a Bek como adorable. Por ejemplo, Bek que fue criado absolutamente en inglés, en algún momento se volvió bilingüe porque entiende sin ningún problema que nos referimos a él cuando casualmente se comenta es español que “hay que sacar al perro”.
          Así mismo, su peor acto de venganza por dejarlo solo es cagarse de forma espectacular en la alfombra y voltear el tarro de la basura. Por eso en una ocasión que salimos tomamos la precaución de poner la basura fuera de su alcance y sacarlo al pasto a hacer del “número dos” antes de dejarlo sin compañía. Pero al volver encontramos que de todos modos Bek nos había dejado un regalito diminuto en el espacio acostumbrado de la alfombra. El pobre perro prefirió hacer un esfuerzo sobrehumano (o en este caso, sobrecanino) con tal de no defraudarnos. ¿Cómo no adorarlo?
          Sin embargo, yo apostaría a que la atracción que sentimos por otros habla más de nosotros que del objeto de nuestro afecto. Somos nosotros los que escogemos querer a alguien y en qué grado lo hacemos, independientemente de las razones objetivas que haya para merecerlo. Esta es la razón para que haya muertos y heridos después de un partido de fútbol en medio de quienes nos decimos “pero si es sólo un juego”. También para que le pongamos nombres a objetos que nos inspiran cariño (yo todavía recuerdo el traumático momento en que mi mamá me dijo que había regalado a “Amadeus” durante mi ausencia) o para que con frecuencia los demás no vean lo maravillosa que es esa persona que nos quita el sueño.
          Por eso cuando queremos a alguien y nuestro afecto es correspondido ocurre un evento que sólo podemos calificar como absolutamente milagroso. No hace falta que el afecto sea merecido o no, pero cuando somos correspondidos, el cariño por primera vez sale de la esfera de nuestras elecciones. Ya no se trata de la proyección de nuestros deseos o carencias en los demás sino de que, por alguna razón inexplicable, alguien nos considera objeto de su afecto. Y eso le da un sentido de realidad a nuestra vida que escapa a las ilusiones que hayamos podido urdir en nuestra mente.
          Pero bueno, para ser precisos, basta con que creamos que nuestro cariño es correspondido. Pero que nuestro Power Macintosh 6100/60 nos haga felices con su exquisito diseño y primoroso reflejo de nuestra personalidad es muy diferente de que podamos ver la felicidad en el rostro de alguien que nos ama o en el alegre batir de la cola de conejo de un English Springer Spaniel.