sábado, 27 de octubre de 2007

Sueño en el exilio

El día era de celebración. Apretujados bajo un mismo techo, todos los asistentes tenían puestos sus ojos en el improvisado escenario al fondo de la habitación. La semioscuridad del ambiente resaltaba nítidamente los bailarines brillantemente iluminados en el escenario, que se movían sincronizadamente trazando coloridos movimientos con sus trajes... demasiado sincrononizadamente.
          Una mirada más cuidadosa revelaba que los bailarines no eran sino una ilusión creada por un único artista, que se las había arreglado para animar marionetas de tamaño humano con sus movimientos de baile. La sensación de estar viendo una hilera de danzarines cosacos levantando las piernas con la agilidad de bailarinas de can-can era absolutamente envolvente. Cada bailarín tenía un traje completamente único, cuyos brillantes colores hubieran opacado el guardarropa de una compañía de acróbatas chinos.
          Cuando los últimos acordes de I can't dance de Genesis se extinguieron en el ambiente y los bailarines salieron apresuradamente del escenario, la luz se extinguió casi por completo. Mi turno había llegado.
          En medio de la semioscuridad salté hacia el escenario e inicié la serie de movimientos que manipularían la energía circundante hasta casi detener el paso del tiempo. Un estado alterado de conciencia me inundó y lo que para mí eran movimientos ejecutados cuidadosamente en cámara lenta, a los ojos de los demás parecían rápidos fogonazos casi imposibles de seguir. Lo que vino después fue una sucesión de coreografiados golpes a la pared del escenario, que resultó estar compuesta de nueve rectángulos. Cada golpe hacía que la luz del exterior entrara por las rendijas que separaban cada bloque de los demás, iluminando cada vez más la habitación con una especie de brillante y gigantesco tablero de triqui. Con el golpe final me lancé contra la pared falsa y empecé a caer al exterior del edificio. Para acabar de liberar la entrada de la luz a la habitación, arrastré en mi caída lo que quedaba de la pared. Desde atrás ésta se veía como un grupo de tablas unidas con cinta de enmascarar, el aporte al espectáculo de los muchachos del grupo de capoeira.
          El efecto sobre la audiencia fue impresionante. En mi caída en cámara lenta pude ver cómo los espectadores salían a asomarse por donde antes estaba la pared y la primera que vi fue a ella. Lucía tenía el cabello cubierto con un velo blanco transparente y lucía una sonrisa de mil soles sobre su rostro; nunca la había visto tan feliz. Obviamente la celebración era un matrimonio y ella era la novia.
          Cuando llegué al suelo con los restos de la pared del escenario, la burbuja de tiempo alterado se disolvió. Con ella también se fue mi sensación de euforia y sólo podía pensar “no te enamores de una Cuervo a menos que estés dispuesto a casarte con ella”. De camino hacia mi camerino pasé por la mesa donde estaban sirviendo la torta. Pedí que me guardaran un pedazo, pero después lo pensé mejor y me devolví a tomar uno de una vez.
          Justo cuando iba a dar un mordisco a la torta de fresa, desperté a cientos de kilómetros lejos de allí. Abrí los ojos dentro de un enorme cubo blanco, con las primeras luces de la madrugada insinuando el contorno de las persianas. En medio de la oscuridad, por fin me quedó claro lo que tenía que hacer.

1 comentario:

Johanna Pérez Vásquez dijo...

¿Y si fuera el primer capítulo de una novela "soñada"? ;)