Leyendo la reflexión de mi primo sobre los emprendedores (Emprendiendo en Colombia) me quedé pensando en que de verdad los emprendedores deben ser genéticamente diferentes del resto de la gente como dice Orlando Rincón. Esta es la clase de mutaciones que hace que ciertas personas encuentren placer en los deportes extremos (cuando muchos los practicamos sólo por penita de ser tan gallinas), que liberan varios litros de adrenalina cuando cierran una venta (el extremo completamente opuesto a mi trabajo soñado), o que se crecen cuando actúan para una multitud, entre más grande mejor, como Freddie Mercury (exactamente lo contrario a Kurt Cobain y la vasta mayoría de nosotros).
Por eso me parecen curiosas las afirmaciones de las universidades, que de dientes para afuera dicen querer fomentar el emprendimiento, pero en el día a día de los programas que ofrecen a los estudiantes sólo repiten el patrón concebido desde los albores de la revolución industrial: cumplir horarios, cumplir asignación de tareas, cumplir con el conducto regular dentro de una jerarquía... por eso no me extraña que algunos de los emprendedores más exitosos se hayan ido espantados de la universidad a montar un chuzo en el garaje de los papás.
Por otro lado, también conozco de cerca el caso de un amigo que siempre soñó con tener un empleo que le diera estabilidad (tanto económica como laboral) y se resistió como una pantera a convertirse en “emprendedor por necesidad”. El caso de mi amigo es muy similar a de muchos de nuestros padres que siempre nos decían que su ideal era que consiguiéramos un buen empleo en una multinacional para toda la vida, con un buen sueldo y todas las prestaciones (unas condiciones en peligro de extinción en la mayoría de las empresas) y que cuando lo veían a uno intentado emprender un negocio sólo atinaban a decir, “mijito, por qué no se consigue un trabajo de verdad, uno donde sí le paguen”.
Pero, ¿cómo conciliar las expectativas de nuestros supuestos mutantes con el resto de los homo sapiens normalitos? Pues en mi experiencia los emprendedores que nunca fueron empleados suelen ser tan arrogantes y faltos de tacto que consiguen más problemas que ventajas con su actitud. Se me ocurre que un año o dos como empleados les ayudaría a los futuros emprendedores a aprender cómo funciona una empresa por dentro y qué se siente tener un buen o mal jefe, qué normas tienen un sentido y qué otras son innecesarios productos de las ganas de joder de algún burócrata. Al fin y al cabo los emprendedores potencialmente se conviertan en jefes con el tiempo, y ayuda mucho saber cómo NO se hacen las cosas.
Por otro lado, mucha gente suele envidiar a los empresarios que mejoran con los años sus condiciones de vida, sin detenerse a pensar que su propio estancamiento económico y la eventual prosperidad del otro es la consecuencia natural de correr o no riesgos (la rentabilidad es directamente proporcional al riesgo). Por eso quienes se sienten cómodos en su papel de empleados pueden encontrar en el experimento de montar un negocio que después de todo, nada es gratis y apreciar que sea otro quien corra los riesgos que le permiten tener una estabilidad que no tendría afuera.
En mi caso personal, yo he encontrado que el equilibrio perfecto está en ser empleado (ojalá medio tiempo o por horas como los profesores hora-cátedra) y al mismo tiempo tener uno o más negocios propios funcionando. Muchos dirán que a menos que le apueste con todo a uno de los dos enfoques no voy a ver grandes resultados, pero creo que emprender de se trata justamente de experimentar, evaluar, corregir y volver a experimentar. Combinar los enfoques es mi experimento.
Y bueno, quién sabe si el futuro nos depare un mundo de PYMEs o si por el contrario todos nos convirtamos en empleados de una o dos megacorporaciones chinas. Yo le apuesto a una combinación de ambos escenarios, y las universidades deberían preguntarse a qué le apuestan.