Don Ramón se hizo célebre arreglándoselas en cada programa para no pagar la renta, viviendo en su apartamento por otro mes sin importar qué tan decidido llegara el Señor Barriga a cobrarle. Como si fuera poco, también lograba hacerse atender por la Bruja del 71 sin por ello tener que ceder ante sus continuas insinuaciones. Don Ramón siempre vivió del rebusque y nunca tuvo un empleo: definitivamente lo suyo era la emoción pura de ignorar qué le depararía la vida la próxima semana. Sin embargo, también podemos especular que la Bizcabuela (su mamá o su suegra) era quien lo mantenía a flote cuando andaba más arrancado porque fue ella quien se hizo cargo de la Chilindrina cuando él murió. ¿Qué más se puede decir? Don Ramón era sin duda el prototipo perfecto del adulto fallido.
Pero... ¿cómo culparlo? Para mí la idea del infierno se parece mucho a pasar todo el día ante una hoja de Excel cuando no se está asistiendo a reuniones que parecen reproducirse espontáneamente dentro de Outlook. Me aterra pensar que mi trabajo sea sólo un piñoncito dentro de un gigantesco engranaje, donde lo que me haga levantar cada mañana sea el temor de perder el empleo, y en consecuencia, la “estabilidad económica” tan importante para nuestros padres. No importa qué tan jugosa sea la transferencia bancaria a final de mes, creo que trabajar para estas grandes corporaciones impersonales debe sentirse mucho como ser un clon trabajando en los pasillos de la Estrella de la Muerte bajo el puño de hierro de Darth Vader, o como un orco más en las minas del Señor de los Anillos. Y la verdad no ayuda mucho que la única diferencia visible se reduzca a la corbata acompañada de una linda escarapela que dice “EMPLEADO” o, peor aún, “TEMPORAL” (el mismo estrés pero sin la ilusión de la “estabilidad”).
Por lo anterior, no es de extrañar que Don Ramón sea visto por muchos como un héroe popular. La idea romántica de vivir por siempre haciendo sólo lo que nos gusta (así pague poquito), disponer de nuestro tiempo y no dejarnos atrapar por responsabilidades de largo plazo, seguramente nos ha dañado la cabeza a todos en algún momento. Pero ahora me pregunto ¿caer en el Síndrome de Don Ramón es una forma viable de ser adulto?
Yo quiero creer que existen opciones distintas a ser el empleado que debe vender sus sueños a cambio de estabilidad (como muchos de nuestros padres) y al extremo opuesto de vivir “de milagro” (voy a proponerle a la DIAN que incluya esa casilla en el formulario de declaración de renta). Porque ciertamente asusta mucho que incluso después de cumplir los treinta, todavía dependamos de que nuestros padres nos ayuden con esa gran deuda que no estamos en capacidad de pagar (llámese préstamo de posgrado, tarjeta de crédito, refinanciación del carro, etc.). Asusta todavía más que a esta edad no estemos seguros de qué queremos hacer con nuestra vida. También asusta no saber cómo demonios vamos a convertirnos en ese buen partido que todos los padres buscan para sus hijas. Me aterra tener que convertirse necesariamente en Cristiano (con el pescadito enchapado en el baúl del BMW), Judío o Musulmán (el tradicional “majito” libanés) para ser próspero en los negocios.
Pero por encima de todo, a mí lo que más me asusta es no tener el valor y la disciplina para salir adelante haciendo lo que me gusta y quedar atrapado en uno de estos estereotipos o debajo de la gorrita azul que en su frustración solía pisotear Don Ramón.
martes, 8 de enero de 2008
El síndrome de Don Ramón
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6 comentarios:
Vamos por partes señorito.
Esta entrada me recuerda a Kramer, otro gran exponente de la vida "milagrosa" sólo que él es versión gringa, pero teniendo en cuenta que Seinfield es un programa basado en la vida real de Jerry podríamos sacar unas conclusiones de el.
Luego de terminarse el protagonista pudo ganar su título de "el desempleado más rico del mundo", porque hasta su reciente película Bee no hizo nada más, pero pudo vivir a sus anchas de todo lo que ganó con el sit-com, mientras el personaje que interpretaba a Kramer tuvo una crisis tenaz y hasta donde sé intentó hacer algún torcido con derechos de autor que le correspondían a Seinfield.
Del verdadero Kramer, el que inspiró al personaje de la serie, sé que también trató de sacar provecho de la fama de su viejo amigo vendiendo alguna basura bajo el título de "reliquia" o algo parecido, resaltando a quién había pertenecido, ahora me pregunto ¿es eso mejor que ser un empleado?, no lo creo, me respondo yo misma, pero cierto es que uno debe ser disciplinado y hacer esfuerzos, no los llamo sacrificios para que no me dé tanta pereza hacerlos, con tal de conseguir lo que uno quiere.
La disciplina y la constancia son algo que a otros les cuesta tanto como a mí la paciencia, pero no hay otra solución que aprender, si uno quiere llegar a donde se propuso siendo feliz al tiempo, al menos la mayor parte de la vida.
Mierda, estamos en las mismas. No quiero ser Don Ramón ni mucho menos ser Cosmo Kramer.
Lo peor es que me da miedo que lo que me "motiva" a tratar de no ser ellos no es mi impetu ni mi deseo de salir adelante haciendo lo que me gusta! Me motiva es el pánico de llegar a ser un fracasado.
Creo que aun no me decido por hacer aquello que me de las fuerzas para decir "lo voy a hacer o voy a morir en el intento".
Creo que el poco terreno ganado que tengo es saber que haciendo lo que me gusta es posible salir adelante. Por lo menos no peleo una guerra perdida.
Pues mi bigote me acercaba a Don Ramón, pero ni quitándomelo dejo(amos) de parecernos a él.
Es verdad. El temor a fracasar es más fuerte que la alegría de acercarnos al éxito.
me gusto mucho esta entrada... tambien creo que a veces nos impulsa mas el miedo que el deseo de triunfar... eso es estresante...
Yo vivo en la constante del miedo. No me lanzo a hacer lo que me gusta porque no tengo claro que es ese "algo".
Es una entrada muy interesante y sincera, eso me gusta.
He dormido poco así que mi redacción será poco elegante... en fin ahí va:
El miedo al fracaso es una cosa compleja y a muchos nos toca. Si se quiere minimizar la posibilidad de fracasar definitivamente se requiere mucha disciplina.
El miedo aumenta con la llegada de lo 30, cada año la presión es mayor y las oportunidades parecen ser más escasas.
Tal vez sea porque no he llegado a los 30 pero me la estoy jugando toda, estoy haciendo lo que me quiero hacer y esto implica un alto riesgo de fracasar. Me siento caminando en el borde de un abismo, sabiendo que si caigo no voy a morir pero seguramente seré reclutado por los "clones".
No me da pena admitir que a veces quisiera tener una vida "normal", pero en cuestión de segundos vuelvo a entender por qué hago lo que hago y por qué me gusta tanto. Otras veces he bromeado con un amigo diciendo que si quebramos nos hacemos literalmente los "locos", un "loco" no se preocupa por impuestos, salud, pensión, no le importa el futuro y vive cada día sin saber si será el último. Lo curioso es que la última parte es lo más parecido que conozco al concepto de libertad.
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