Ya pasó más de una semana desde la contundente victoria del Deportivo Cali sobre el Ral Cartagena y el consecuente título de Campeón del Fútbol Profesional Colombiano. Sin embargo, a diferencia de una amiga hincha del Santa Fe, casi ninguno de mis amigos me ha felicitado por la octava estrella del Cali.
Eso generalmente significa que se trata de americanos. A diferencia de Piero, no estoy hablando de los ciudadanos del Imperio, sino de los que salieron a celebrar cuando en una final de la Copa Libertadores el Palmeiras le arrebató al Cali, en la lotería de los penales, el título que no pudo ganar en 90 minutos de partido. Sí, esos mismos que prefieren apoyar a los rolos o a los costeños (gracias a Dios no se han rebajado a apoyar a los paisas) antes que hacerle fuerza al Glorioso (o al Cortuluá si hubiera sido el caso) cuando su equipo queda fuera de la competencia, así sea por solidaridad de región. Efectivamente, me refiero a los hinchas del América de Cali.
Durante muchos años, hemos sido los caleños los que, al darse la situación inversa, hemos preferido apoyar al América cuando sale a pelear una Copa Libertadores o una final del Torneo doméstico frente a equipos de otras regiones. Sin embargo, la actitud que he percibido es como si estuviéramos en las tribunas de Sur en un clásico Cali-América.
Por otra parte, lo que me parece más tenaz es que el grueso de los hinchas americanos está respirando por la herida en lugar de estar apoyando a su equipo. Mi hipótesis es que con el auge del narcotráfico en la ciudad, los hinchas del América se acostumbraron a sólo ganar y muchos no lograron asumir con madurez el hecho de que en condiciones normales a veces se gana, pero también se pierde. De hecho, según cifras de la propia Corporación Deportiva América, la taquilla durante el año 2005 cuando el equipo jugó de local en promedio no pasó de 2500 personas. Eso en un estadio que tiene capacidad para 45 mil espectadores representa menos del 6% de ocupación. Qué diferente es cuando América va a jugar como visitante a Bogotá; allá la hinchada sí se hace notar, pero obviamente el recaudo de la taquilla va para el equipo rolo que juega de local.
Para completar, la campaña "América sí contigo" tuvo que aplazar por varias semanas su fecha de cierre porque no logró que 6000 hinchas compraran una camiseta de $170.000 en la fecha planeada inicialmente. De todos los americanos que conozco, sólo sé de uno que se jugó un tarjetazo por su equipo, consciente del momento difícil por el que está atravesando la institución. Es comprensible que para los hinchas más pobres hasta las facilidades de financiación sean inalcanzables, pero a juzgar por los miles de carros que he visto con banderas del América cuando ha quedado de campeón, hay bastantes hinchas con posibilidades económicas que se están haciendo los locos cuando su equipo más los necesita.
Por eso mi invitación a mis amigos americanos es que, si no van a apoyar a su equipo en las malas como lo hacen en las buenas, al menos dejen de hacer mala cara cuando aunque sea uno de los equipos de la región logró el título que nos da un motivo más de celebración en esta Feria.
miércoles, 28 de diciembre de 2005
A mis amigos americanos
miércoles, 14 de diciembre de 2005
La independencia comienza por irse de la casa
Me gustaría poder decir que me independicé a los 30, pero si dijera más bien que fue mi mamá la que se independizó de mí estaría más cerca de la realidad.
Aunque la gracia no me salió gratis (tuve que poner dos millones para completar la remodelación necesario para acondicionar el nuevo apartamento), sí fue para mí menos traumática que haberme mudado yo para otro sitio. La independencia no es gratis, pero quedé con el contenido de mi dormitorio (muebles y cachivaches apretados para que cupieran) y acepté la donación de la nevera, el teléfono y el horno microondas viejos que mi mamá reemplazaba por nuevos en su nuevo dominio. Ahí fue que dije "quedé hecho".
Pienso que en ese momento fue que verdaderamente llegué a la adultez, porque hasta ese momento la descripción de "adolescente de 30 años" (como el protagonista de El Club de la Pelea) hubiera sido la que más me hubiera hecho justicia. Hasta unos años antes, como buen adolescente siempre había cuestionado la forma como mi mamá administraba los recursos de la casa, la comida, la decoración y las prioridades, lo que obviamente implicaba fuertes agarrones que estaban deteriorando la relación entre los dos. Con Depredador (mi hermana) pasaba otro tanto porque no tenía autoridad sobre ella y debía convivir con su forma muy 'peculiar' de administrar los recursos (de ahí el apodo de "Depredador"). Sólo cuando acepté que estaba viviendo en la casa de mi mamá y viviendo según sus reglas (siendo su casa, tiene el derecho a manejarla como considere mejor) fue que aprendí a morderme la lengua y esperar a vivir aparte para definir mis reglas. Ese solo acto de conciencia permitió que las pelas en mi casa fueran mucho menos frecuentes y de menor intensidad.
Entonces para mí fue claro que la típica frase de los papás "para qué se va a ir a pasar trabajo a otra parte, si esta es su casa" era mentira o, en en el mejor de los casos, una verdad a medias. La evidencia en contra es abrumadora: si yo no puedo cambiar la decoración, llegar a la hora que quiera (o no llegar algunas noches) o solicitar un nuevo servicio (obviamente pagado de mi bolsillo), es claro que esa no es mi casa. Si tengo que vivir según las reglas de mis padres, no soy independiente, así haya alcanzado la independencia económica, por cuestiones eminentemente prácticas. Eso significa que para poder ser independiente se necesita vivir en un espacio diferente del de los papás, a no ser que se COMPARTA el mismo techo dejando claro que se ha trascendido la vieja relación padres-hijo para pasar a una relación de iguales entre adultos (la veo difícil).
En mi caso personal ayudó que, en su muevo apartamento, mi mamá aún no tuviera instalado un teléfono fijo, lo que le dificultó enormemente controlarme cada noche, como parecía ser su intención. Además logré aprovisionarme y hacer aseo con juicio, lo que hizo ver como innecesarias sus inspecciones frecuentes y sorpresivas (dignas de un General de la República), como más de un domingo en que llegó a las 6:30 a.m. estando yo todavía profundamente dormido y precariamente cubierto por nada más que mi 'cobija con orejas'.
Demostrar que no necesitaba supervisión requirió aprender rápido a tomar decisiones a las que no me había enfrentado antes (cuándo pagar los servicios, cuál factura no pagar si no tenía toda la plata, qué mercar y cuándo, etc.) y saber que las consecuencias de cada mala decisión tendría que sufrirlas en carne propia porque ya no tenía quien pensara por mí, estuviera o no de acuerdo.
Sin embargo, ese proceso de acondicionar el apartamento según mis gustos y definir aspectos de logística me obligaron a cuestionar profundamente quién era yo. Creo que nunca antes había hecho un ejercicio tan concienzudo de exploración de mi propia identidad. De la misma forma como sólo podemos ver las estrellas cuando se va el sol que las opaca, sólo cuando mi mamá y mi hermana se fueron pude ver qué aspectos de su personalidad y cuáles de la mía eran los que determinaban mi entorno inmediato. Por eso es que digo que me he sentido adulto sólo este último año y no antes. Ahora soy consciente de mis gustos, necesidades y tengo una idea más precisa de cuál es el precio que estoy dispuesto a pagar por satisfacerlos.
Los beneficios de la experiencia han sido enormes. Mejoró sensiblemente mi calidad de vida al poder pagar por un concienzudo servicio de aseo (mi mamá saboteó todos mis intentos anteriores) que hizo mi entorno menos propicio para mis alergias, y además que mi ropa sufriera menos con cada lavada. Ahora puedo comprar lo que yo quiera y aprovechar las promociones al acumular ofertas en la alacena sin temor a que Depredador desaparezca mis provisiones. Ahora puedo separar la basura de y hacer el ejercicio consciente de ser consecuente con mis ideas filosóficas sobre el cuidado del medio ambiente.
También he tenido la oportunidad de usar el apartamento como un espejo de mi propia personalidad, un ejercicio de auto-análisis que nunca había sido tan preciso. Esa es la razón por la que me siento tan a gusto con espacios vacíos y paredes desnudas que reflejan la dinámica de mi propia personalidad, que está cambiando en lugar de estancarse en algo estático. Cada mujer que me visita quiere llenar compulsivamente esos espacios con un mueble o un adorno, y hasta ahora he sido firme, pero reconozco que la mano femenina hace falta o al menos la asesoría de los anfitriones de "Queer eye for the streight guy". Lo único que he recibido han sido la hamaca que espero colgar pronto, una estera para la sala y una mata que ya está pidiendo matera más grande, todos regalos de mi ex-novia.
Ahora ha llegado el tiempo de las remodelaciones. Espero que la plata me alcance para lograrlo. De pronto compartiendo el lugar logre bajar los costos, por lo que me convendría una compañera de apartamento (no compañera sentimental, ojo). ¿Candidatas?
viernes, 9 de diciembre de 2005
La maratón de postularse a la beca Alban
El lunes pasado aproveché una charla en la Javeriana para conocer más sobre las becas Alban. Este es un programa de la Unión Europea exclusivamente para estudiantes de América Latina con interés en realizar una formación al nivel de posgrado en alguna universidad de allá. Como mi proyecto a mediano plazo es irme a Inglaterra a estudiar una maestría en periodismo, pues la cosa pintaba como interesante.
El tipo de la exposición empezó diciendo que la beca no cubre todo sino sólo hasta el 75% de los costos, y eso si ese porcentaje no supera los EU$1500 mensuales. Eso significa que si los costos mensuales superan los EU$2000, ya no sólo tengo que poner de mi bolsillo el 25% restante, sino también el excedente. Aunque no he elaborado aún un presupuesto de cuánto me pueda costar la estadía allá, no veo claro de dónde me voy a levantar los EU$6000 que podría tener que poner de mi bolsillo. Obviamente hay opciones. El tipo dijo que todo descuento que pueda conseguir sobre el precio normal me ayuda a sumar a mi 25%, como alguna rebaja en la matrícula de la universidad, estadía donde un amigo en vez de alquilar una habitación, etc. Hasta ahí me vi grave, porque en el momento no tengo en qué caerme muerto y no cumplo los requistos que me harían elegible para un préstamo. Como quien dice que lo más viable es trabajar en algo que dé plata a corto plazo y gastar poco para alcanzar a ahorrar.
Sin embargo, las sorpresas no terminaron aquí. Además me enteré de que los candidatos deben tener el aval de una institución de educación superior que certifique que: a) estás en capacidad para aprovechar la oportunidad y b) que te van a dar trabajo cuando vuelvas de tu formación en el exterior. Otro golpe bajo porque no tengo vínculos con alguna institución de educación superior que me lleven a pensar que alguien podría darme ese aval. Ahí fue que entendí por qué casi todos los asistentes a la charla tenían pinta de ser mayores de 45 años: mínimo eran profesores universitarios que estaban a la caza de su segundo posgrado. Además está la cuestión de justificar un proyecto de posgrado que sea avalado por dicha institución, con lo que las posibilidades disminuyen si el proyecto de formación obedece a un interés meramente personal.
Para completar, el golpe de gracia fue la fecha límite. La convocatoria se cierra el 22 de diciembre para los programas del período 2006-2007. Para antes de dicha fecha hay que demostrar que ya se ha sido aceptado en la universidad de destino (que debe estar en la lista de instituciones reconocidas por la Alban) y en un programa que dure más de 6 meses y comprenda entre 60 y 120 créditos ECTS (para excluir a los programas de mentiras que abundan por allá como en toda parte). Adicionalmente hay que tener lista una gran cantidad de documentos debidamente apostillados y certificados que van desde el que diga que se ha residido en el país durante el último año, hasta el que dice cuándo y dónde naciste. Esto suena bastante razonable para evitar que algún nigeriano pasado de vivo se quiera aprovechar de las becas creadas para latinos, pero a estas alturas del partido sí está como grave obtener (y pagar por) todos esos documentos.
En fin, aunque vea todo muy complicado para tan poco tiempo, no dejo de repetirme que "la peor 'vuelta' es la que no se hace". Mi estrategia será la de muchos de los asistentes a la charla: intentar reunir todos los requisitos así me rechacen y, en el peor de los casos, aprenderme todos los trucos y las trampas que esta maratón tiene reservados para mí con el fin de intentarlo de nuevo el año entrante. En el mejor de los escenarios, hasta es posible que me resulte una arepa tan gigante como la del América y pase a la siguiente fase del proceso de selección. El 22 de diciembre se definirán unas cuantas cosas para mi futuro inmediato.