En primer lugar yo parto del supuesto de que nada de lo que hagamos o digamos será realmente nuevo. Hay quienes dicen que para verlo todo sólo hay que vivir lo suficiente y si repasamos la historia más allá de un par de generaciones vemos que ésta tiende a repetirse a sí misma. No en vano tipos como Nicolás Maquiavelo, Karl Marx o Alvin Toffler han identificado patrones y fuerzas sociales, políticas y económicas de todo tipo que explican los acontecimientos de la historia y hasta se atreven a predecir grosso modo los acontecimientos del futuro (y en muchos casos aciertan). Es por esta razón que las columnas de Antonio Caballero siempre parecen la misma, ya que los actos y los temas que lo indignan cada semana son básicamente los mismos hoy que hace cuatro años, y que hace 20 y que hace 100.
De acuerdo con lo anterior, por brillantes que nos parezcan nuestra conclusiones, muy probablemente siempre encontraremos alguien lo suficientemente viejo o lo suficientemente culto como decirnos en nuestra cara que logramos "descubrir que el agua moja". Pues claro, ¿quienes somos nosotros frente a gigantes como Buda, Platón, Tomás de Aquino o José Ortega y Gasset? ¿Qué nos hace pensar que hemos descubierto algo nuevo cuando semejantes genios ya tuvieron cientos de años para descubrirlo?
Algo parecido sucede con el mundo físico. Si superestrellas como Aristarco de Samos, Kepler, Copérnico o Newton crearon modelos que predicen el movimiento de los cuerpos celestes, pareciera que los planetas no tienen más remedio que obedecer con resignación los dictados de sus severas leyes. Estas leyes y modelos dieron origen a una cosmología mecanicista según la cual todos los movimientos de los cuerpos del universo ya fueron determinados por las condiciones iniciales del Big Bang (incluyendo nuestros comportamientos). Y sin embargo, sus herederos deben contener su indignación ante la desconcertante manía de las partículas subatómicas de hacer lo que les da la gana sin importar sus reprobadoras miradas que esperan ver acatadas las sagradas "leyes". La física cuántica nos devuelve así el libre albedrío que el mecanicismo nos quería arrebatar, y nos recuerda que por inevitables y predecibles que parezcan los eventos que nos rodean, como individuos que conforman ese enorme mecanismo que llamamos sociedad todavía tenemos la responsabilidad y el derecho de elegir, dentro de ciertos límites, qué queremos hacer y cómo.
Pues mi brillante perogrullada de turno es que, aunque hay verdades históricas que deben nuevamente ser dichas en una sociedad que padece de amnesia, lo realmente novedoso y atractivo de una columna de opinión es la reinterpretación de la realidad a partir de la propia experiencia de quien escribe. Lo que nos ha pasado en la vida seguramente ya le pasó a un personaje de Homero, de Joyce o de Cortázar, pero nunca exactamente de la misma manera, en las mismas circunstancias, con la misma intensidad. Eso es lo que yo creo que podemos trasmitirle a quienes nos leen, mostrándonos, desnudándonos, exponiéndonos como seres humanos para que el lector pueda identificarse y sentirse atraído por la experiencia de un congénere. El lector que ya conozca la realidad objetiva se sentirá atraído por la novedad que representa ver esa misma realidad pero a través de la perspectiva de la propia subjetividad del autor. Todo lo demás será noticia, información.
Por eso me gustan tanto los artículos de opinión o las crónicas que rescatan algún evento de la vida personal de autor, que nos permitan contextualizar y matizar las conclusiones o la interpretación de la realidad que está aportando en su trabajo. Uno puede aportar hechos concretos (que el artículo sea de opinión no significa que no se deban argumentar las tesis defendidas) pero sin duda su interpretación se ve influida por las circunstancias del autor, y en la medida en que las conozcamos podremos entender su posición independientemente de que compartamos o no su posición.
Para hablar de ejemplos concretos, de las columnas de opinión de Semana la que más me gusta es la de Héctor Abad Faciolince, ya que en cada edición reúne todos los elementos que considero que debe tener un trabajo de este tipo. Sin caer en el dogmatismo o el fanatismo, expone las razones personales que influyen en la carga emocional de sus posiciones, sin dejar por ello de argumentarlas con una decorosa objetividad. Este balance entre emoción y razón, subjetividad y objetividad es lo que hace para mí la columna de Héctor Abad atractiva, sorpresiva, novedosa, mientras que la de Antonio Caballero es casi seguro que va a atacar al presidente-candidato Uribe y la de María Isabel Rueda a defenderlo.
martes, 25 de octubre de 2005
El desafío cuántico de las columnas de opinión
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