
Después de varios años en que comenzaba libros sin llegar a acabarlos, por fin logré terminar
Führer de Allan Prior. Ya antes había mirado con ganas algunos libros sobre Hitler y el Tercer Reich, pero éste me llamó la atención porque, sin abandonar la rigurosidad histórica, el autor reconstruye episodios e hipótesis no comprobadas por los historiadores. Eso no significa que se haya inventado cosas de la nada, sino que intenta enlazar los cabos sueltos que quedan de los testimonios de las personas que rodearon a Hitler y al surgimiento del nazismo. Entre muchos aspectos interesantes que encontré en la obra, me gustaría resaltar dos:
El primero es que le dio al personaje un trasfondo creíble, que de alguna manera explica (mas no justifica) muchos de los comportamientos y posiciones extremas del Führer. Para mí esto representa un giro de 180 grados con respecto a las obras de ficción que había conocido con anterioridad, ya que escapaban por poco de retratar a Hitler como la encarnación del mismísimo demonio.
Es en estos casos donde se aplica perfecto el viejo dicho que dice "
la Historia la escriben los vencedores" con ejemplos que se remontan hasta la pre-historia: los troyanos retratados por los aqueos que los vencieron, los persas por los macedonios, los cartagineses por los romanos, los musulmanes por los cruzados, los aztecas e incas por los españoles... Y claro, como los alemanes fueron los vencidos, la Historia que nos escribieron los Aliados nos los pinta como monstruos desalmados para de alguna manera justificar cualquier exceso cometido en el proceso de combatirlos. Claro que los nazis hicieron hasta lo inimaginable para ganarse el odio de toda Europa, pero resulta curioso que después de la guerra todo el mundo se hiciera el loco con respecto a los campos de concentración de Stalin (uno de los Aliados), que no eran muy diferentes de los de los nazis. Éstos sólo vinieron a ser condenados públicamente en occidente cuando la Unión Soviética pasó de Aliado a convertirse en el ?
Eje del Mal? según los gringos. Un ejemplo más reciente es el de la prisión de Abu Ghabi en Irak, donde los abusos cometidos contra los prisioneros políticos están plenamente justificados por los guardianes norteamericanos. Sin embargo, cuando la prisión estaba ocupada por los contradictores de Saddam, los mismos abusos cometidos contra los prisioneros eran algo inadmisible para Occidente y no hacían más que confirmar que el dictador era un monstruo. ¿Dónde está la diferencia? ¿Acaso me perdí de algo? Obviamente hay diferencias en los dos casos, pero creo que la que prima es que el anterior dueño de la prisión fue derrotado por sus actuales propietarios.
Volviendo al libro, el segundo aspecto interesante gira alrededor de los detalles sobre las posibles enfermedades de Hitler. El autor se basa en numerosos testimonios para proponer que muchos aspectos del comportamiento de Hitler corresponden a los síntomas de una paranoia rayana en la esquizofrenia y a los efectos secundarios de una enfermedad venérea como la sífilis.
Efectivamente, el comportamiento de Hitler sugiere que tendía a ver las cosas y las personas, no como realmente son, sino a través de un modelo mental. Hace poco un amigo me recordó que "
el mapa no es el territorio", y tal parece que al Führer le costaba distinguir entre ambos. Al parecer lo real para él era la película en la que se había montado, donde las personas, las cosas y las naciones no existían más allá de las dimensiones en que él los había categorizado, ni tenían matices pues percibía todo en blanco y negro (especialmente negro cuando se trataba de lo que no fuera puramente alemán). Esto fue probablemente lo que lo llevó a subestimar a "
las hordas subhumanas" que acosaron a Alemania hasta vencerla, puesto que el único atributo que les veía a los rusos en su imagen mental era el de ser uno de los tantos enemigos que buscaban destruirlo (aquí aparece su paranoia), desconociendo que pudieran tener perseverancia o afán de supervivencia, atributos que creía inherentemente alemanes.
En resumen, la obra resulta bastante entretenida porque retrata a un personaje con una complejidad que trasciende la caricatura que nos pintaban en Popeye o en el Capitán América, con un trasfondo que resulta convincente, fruto de la decorosa objetividad del autor (lo cual resulta notable dado que su propio padre luchó contra el regimiento donde sirvió Hitler en la Primera Guerra Mundial). Es decir, el caso de Hitler no fue el caso aislado de un loco que un día se levantó decidido a hacer el mal, sino más bien el de un fanático que aprovechó las oportunidades que las condiciones políticas y socioeconómicas de la época le ofrecieron para cumplir lo que creyó su destino. Esto significa que si Hitler no hubiera existido, muy posiblemente algún otro hubiera aparecido para aprovechar dichas condiciones. Así mismo, también significa que si las condiciones vuelven a presentarse puede que la historia se repita, puesto que los fanáticos no faltan y quizá lo único que necesiten es un entorno convulsionado.