Casi no lo creo. Por andar entregando un proyecto me desconecté dos días y me perdí uno de los anuncios más trascendentales que ha hecho el Gobierno Uribe: la purga de 27 oficiales del ejército de todos los rangos por los macabros falsos positivos en diferentes regiones del país. Este anuncio es un claro contraste con la actitud matona y pendenciera con la que este mismo personaje recibió las denuncias de Human Rights Watch sobre su supuesta obstaculización de la justicia, sin siquiera haberlo leído. Me parece muy interesante que este Gobierno haya tenido la entereza de reconocer que estos militares, en el mejor de los casos, son responsables de negligencia y que haya decidido hacerlo tomando medidas drásticas, dando la cara. Eso es lo mejor que se puede hacer para mantener nuestra confianza en unas fuerzas armadas a cuyo sacrificio y dedicación les debemos tanto: punto para Álvaro y para la campaña de Juan Manuel.
Sin embargo, yo me pregunto si este no sería un caso similar al de Wilson Bueno (alias Isaza), el guerrillero que ayudó a Óscar Tulio Lizcano a volarse de las Farc. Se especula insistentemente que su motivación no fue un sentimiento altruista o de compasión hacia su prisionero, ni siquiera ambición por la jugosísima recompensa o el tratamiento de héroe que le está dando Uribe (con una insistencia por robar cámara y un afán por armar polémica que recuerdan sus mejores cortinas de humo). Yo también me inclino a pensar que este guerrillero la vio negra al sentir en la nuca al Ejército y razonó que tenía más posibilidades de salir vivo con un rehén valioso, perdón, con un liberado, que si esperaba a que lo liquidaran los militares en un intento de rescate o sus propios comandantes ante un segundo golpe como el de la operación Jaque. En otras palabras, el tipo no liberó a Lizcano por convicción sino porque le tocó.
Creo que pasó igual con el cambio de actitud del Gobierno hacia las denuncias por violaciones a los Derechos Humanos por parte de algunos miembros del Ejército: no se debe a que sinceramente haya cambiado su política de obtener resultados en el corto plazo a cualquier precio, sino a que empezó a sentir la presión de arriba. Efectivamente, la política de seguridad de Uribe es posible gracias a su compadre hacendado George W. Bush, quien lo apoyó con relaciones públicas y recursos (que, a lo bien, necesitamos desesperadamente) en contra de las cejas levantadas de la Unión Europea, las ONG y nuestros propios vecinos. Pero ahora que las encuestas dan como virtual ganador en las elecciones presidenciales gringas a Barack Obama, este apoyo puede no seguir.
A juzgar por lo que dijo el candidato azul sobre el TLC en el último debate, no apoyaría a un gobierno que no incluye suficientes garantías de protección de los derechos laborales en un país como Colombia, donde se asesina a muchos líderes sindicales. Ojo, eso no significa que allá crean que Uribe o sus subalternos estén halando el gatillo, pero sí que no están lo suficientemente motivados para darle prioridad a resolver el problema. Hay quienes piensan que esas muertes son efectos secundarios inevitables de la aplicación de la política de “seguridá democrática”, pero yo me resisto a aceptar que sea así.
De todos modos, así como pasó con Isaza, prefiero que se haya tomado la decisión correcta a que se haya tomado la incorrecta independientemente de la motivación. Que el Gobierno deje de hacerse el ofendido y a tratar de terroristas a quienes cuestionan sus métodos, ya es un avance gigantesco. Ojalá siga así, independientemente de quién esté apretando las tuercas desde la Casa Blanca.
Caricatura: Daryl Cagle