lunes, 31 de julio de 2006

Crónica de una muy postergada despedida

Pues como había venido amenazando desde hacía varias semanas, ayer por fin logré despedirme de mi ex. A diferencia de ella, que logró superar esa relación pasada hace raaaaato, yo seguía "medio enredado" (esto es un delicado eufemismo para decir "mucho muy engrampado") sin siquiera darme cuenta.
          El domingo por la mañana desperté de un sueño más o menos así:
          Yo estaba en una instalación a la que había llegado con mi ex y en la que habíamos pasado un tiempo, que para efectos prácticos era como un internado. Debía ser de madrugada porque no había gente por los pasillos y todo estaba medio en penumbra y en silencio. Había recibido un mensaje de ella en el que me contaba que había logrado escaparse, y que ahora me instaba a hacerlo yo mismo.
          No es que yo estuviera precisamente a gusto en ese sitio, pero creo que necesitaba un empujón externo (como cosa rara) para decidirme a actuar. El asunto es que vi que uno de los internos había conseguido unas llaves y estaba intentando abrir una puerta para escapar. Yo lo estaba espiando para determinar si era viable unirme a la fuga o al menos descubrir cómo lo estaba haciendo para yo intentarlo por mi cuenta después. Robarle las llaves también estaba dentro de las posibilidades que pasaban por mi cabeza, pero justo en ese momento desperté.
          Ahí me sentí como el cerebro de Homero, que después de una cagada especialmente espectacular, dice "Se acabó, ¡me largo de aquí!" y se escucha cuando el cerebro cierra la puerta y se va con sus maletas. Ese sueño ya era el colmo y me levanté decidido a ponerle fin a esta situación tan incómoda.
          Necesitaba ayudarme en dos frentes: el consciente y el inconsciente. En lo consciente necesitaba no dar papaya exponiéndome al recuerdo del pasado, por lo que recogí todos los recuerdos, cartas, tarjetas, fotos y cosas así que logré encontrar. Fui tan concienzudo que hasta un relato recreando la noche en que nos conocimos fue a dar a la caja donde guardé todo. Del computador borré todo (los contactos de MSN y Skype, las fotos que ella mandó desde que llegó a Londres). Aprendí que un apego negativo es tan vinculante como cualquier otro apego, por lo que descarté la idea de estampar en una camiseta las fotos de ella con su flamante novio costeño, que yo había bajado con la esperanza de que me ayudaran a desengañarme.
          Ahora en lo inconsciente, necesitaba hacer el ritual de despedida, por lo que antes de borrar de Skype su número de móvil, la llamé para despedirme. Afortunadamente las lágrimas no me impidieron decir lo necesario ni me afectaron la voz. Cuando colgué, borré el número y fotocopié una foto de la caja para continuar con el ritual. Allí revisé mentalmente la llamada y caí en cuenta de que entre todas las cosas que le dije (hablamos como 10 minutos) por ninguna parte me despedí. Maldiciendo la asombrosa habilidad de mi mente para la evasión, tuve que empezar a buscar nuevamente el número para volverla a llamar; casi no lo encuentro (fui bastante concienzudo). Rojo de la vergüenza por el oso que estaba haciendo (espero que mi amigo "anonymous" esté frotándose las manos de regocijo por esta oportunidad dorada de decirme lo patético que soy) le ofrecí disculpas por la boleteada, y ahora sí le dije claramente que me quería despedir, que muy querida, muy de la casa, pero que esperaba que fuera muy feliz sin mí. Hábilmente, ella me dijo que en un futuro lejano esperaba poder ofrecerme "otro tipo de relación", con lo que cerraba herméticamente cualquier rendija por la cual mi mente inconsciente hubiera podido evadirse con esperanzas de una remota e improbable reconciliación futura.
          Libre por fin, me llevé la copia de la foto al río. Repetí en voz alta lo que le dije a ella por teléfono, rompí la foto, hice una bola con los pedazos y la arrojé al río. Lamentablemente la bola no era muy aerodinámica y fue a parar a una mata. Aterrado por el mal augurio, bajé como loco a buscar el papel y asegurarme esta vez de que sí se lo llevara la corriente. Observé fijamente cómo se alejaba la foto y lo que representaba hasta que se perdió de vista.
          Ahora, el ritual está completo. De la experiencia me quedó una muy querida amiga en Londres y una taza de té que por fin está vacía de nuevo.

domingo, 23 de julio de 2006

Cuando el ex de tu novia es nadie menos que Superman


Creo no estármele tirando la película a nadie si revelo que en esta entrega Loise Lane vive con el novio. Tampoco creo que alguien deje de disfrutarla si además aclaro que el novio no es Superman, ni siquiera Clark Kent, sino Richard, el sobrino del dueño del Diario El Planeta.
          Sin embargo, me arriesgo a ser abucheado (como Homero Simpson a la salida de Star Wars: Empire strikes back por revelar la identidad del padre de Luke) por una buena razón: todavía no me deja dormir la angustiante sensación de sentirme identificado con Richard.
          En primer lugar, el ex de su novia es nadie menos que Superman. Ojo, no estamos hablando de Brad Pitt o de David Beckam, nooooo... es SUPERMAN. El maldito no sólo es pinta, inteligente, sensible (hasta allí Richard tiene ?chico? de competir) sino que para aplastar como a una cucaracha la autoestima de cualquier rival, Superman tiene toda una serie de atributos que ningún otro hombre tiene en su haber.
          Para empezar, el tipo tiene el encanto exótico de los extranjeros (que su país de origen esté en otro planeta no lo hace menos extranjero; de hecho creo que el hecho de ser extraterrestre les pica todavía más la curiosidad a las viejas); puede volar tan rápido que puede estar casi en todas partes para rescatar a las nenas en apuros; además su trabajo es tan pero tan noble que en comparación uno no puede evitar sentirse tan vil como un traqueto o un productor de porno infantil. Para rematar, Loise no se ha casado con Richard después de tantos años de vivir juntos porque en el fondo, nunca ha dejado de amar del todo a su ex.
          En lo que me siento como Richard, es en que desde diciembre pasado todas las mujeres que me han llamado la atención padecen del síndrome de Loise Lane: tienen una relación no concluida con el ex novio que les impide concentrarse en el presente (o sea yo). La vaina es que aunque el baboso de turno no sea precisamente Superman, el hecho de que no sea juzgado por lo que es, sino por la imagen de cómo ella lo recuerda. Como la memoria es supremamente selectiva, los buenos recuerdos suelen parecer todavía mejores de lo que en realidad fueron, mientras que uno sí debe asumir las consecuencias de sus actos.
          Por ejemplo, aunque el ex novio no sea Superman, parece que lo fuera porque está en todas partes (obvio, está en la cabeza de ella) mientras que a uno le toca hacer malabares para que le acepten una salida o cuadrar algún espacio donde cuadren los horarios de ambos. Además, si la relación pasada 'terminó' por alguna razón externa a la pareja como la distancia, el mancito siempre va a ser "divino" porque sus cualidades tenderán a ser exageradas y sus defectos minimizados gracias a que el afecto nunca desaparece del todo. Ante semejante panorama, el fantasma del ex novio es casi tan intimidante como lo es Superman para el novio actual de Lois Lane.
          Afortunadamente creo haber encontrado la solución al tal síndrome. Una amiga de Bogotá me hizo caer en la cuenta de que si sólo me llaman la atención las colegas de Lois Lane muy posiblemente se deba a que yo mismo lo padezco todavía. Efectivamente, aunque mi última relación no era perfecta, sí ha sido la que más me ha llenado y se 'acabó' por la distancia más que porque hubiéramos tenido alguna razón interna para terminarla (aunque por supuesto no estaba exenta de problemas). Ahora me doy cuenta de que no he hecho el duelo por la separación como es debido, y posiblemente todavía estoy enredado en la misma situación que le critico a Lois Lane.
          Si para dejar de sentirme como Richard debo hacer un ritual de despedida, creo que no tengo mucho que perder y sí todo el universo por ganar.

jueves, 6 de julio de 2006

Tres generaciones de El Clavo

Tres generaciones de El Clavo donde la barriga de cervecero no es lo único en común: Daniel Guzmán (Memento), Diego Porras (el jalapeño), Andrés Meza Escallón (Esbirro), Céxar López (Cabézar Ñópez) y Ricardo Caicedo (Pitch).