Aunque supongo que tengo sueños con frecuencia, casi nunca logro recordarlos. Esta vez logré hacerlo, gracias a una insólita combinación de factores:
me acosté bastante tarde la madrugada anterior,
entre ballenatos (a pesar de la 'b' del título del CD, no eran cantos de ballenas bebés sino música de acordeón para cantar a grito pelado con los brazos abiertos en posición de Niño Dios de pesebre), tandas interminables de reggaeton y una que otra salsita, me agoté cantando y bailando,
mezclamos un Cabernet Sauvignon (que estaba bueno, pero no tan rico como esperaba) con dos galones de Aguardiente Blanco que fueron decididamente los responsables de la borrachera que me hizo caer como piedra cuando finalmente llegué a la cama.
Como resultado de lo anterior, estaba en sueño profundo a eso de las 9:30 a.m. del domingo cuando me desperté abruptamente.
Seguimos recorriendo el hangar y encontramos una especie de acuario de luz azulada en medio del espacio abierto del lugar, en medio de la semioscuridad. Por alguna razón, la mujer me retó que quemara el hangar y la pista lo más pronto posible, a lo que accedí. Ambos subimos a un avión (supongo que el mismo en que habíamos llegado al lugar) de cabina doble y despegamos.
Detrás de nosotros explotó el hangar y las llamas se elevaban bastante alto. Yo maniobré el avión para que subiera verticalmente (casi en ángulo de 90 grados con respecto a la pista), en lo que supuse era un intento por huir de las llamas que veía elevarse como tratando de quemarnos la cola, hasta que el vehículo pareció perder sustentación. Las llamas de la explosión no lograron llegar tan alto y el pequeño avión quedó suspendido inmóvil en el aire por un segundo. Allí pude ver la máquina desde fuera de la cabina y me di cuenta de que era casi como un avión de combate de la Segunda Guerra Mundial, de hélice frontal, fuselaje plateado y diseños rojos y amarillos alrededor de la trompa y en la punta de las alas (ahora que lo pienso se parecía mucho al avión del díptico ?WHAAM!? de Roy Lichtenstain).
Lo que inicialmente había interpretado como una pérdida de sustentación, resultó ser una maniobra deliberada para hacer que la nave descendiera de nuevo, y para acelerar volví a encender el motor que había apagado unos segundos antes. La maniobra nos llevó rápidamente al infierno que se había desatado abajo y la turbulencia generada por el paso del avión arrastró el fuego detrás de nosotros. Justo antes de llegar al suelo nivelé el avión para que recorriera la pista casi a ras del suelo y como resultado el fuego que veníamos arrastrando acabó por cubrirla. Fue así como logré quemar tanto el hangar como la pista con la misma explosión.
Cuando me estaba elevando para dar una segunda pasada sobre el hangar, me despertó el teléfono.