domingo, 23 de abril de 2006

Por qué el nuevo novio de tu ex siempre es un güevón

Es curiosa la forma como las relaciones de pareja suelen mantener los vínculos entre las personas incluso después de que dichas relaciones se acaban.
          Cuando rompemos con alguien y no hay una razón de por medio que nos haga repudiar a la otra persona (que no haya sido por infidelidad sino, por ejemplo, porque viven en ciudades diferentes) es bastante difícil romper el vínculo emocional. Hay una etapa en la que los sentimientos son tan fuertes que uno está fantaseando todo el tiempo con la posibilidad de volver, de intentarlo nuevamente. Para salir del limbo en que ni se es novio ni tampoco se deja de pensar en la otra persona, se necesita de los amigos para que lo agarren como si uno se hubiera estado dando trompadas con alguien y necesita la intervención de terceros para no seguirse atacando. Si los antiguos amantes se dan ese espacio de tiempo para elaborar el duelo de la separación, hay chico de volver pero como amigos, honestamente, sin estar fingiendo cercanía con la secreta esperanza de volver en cualquier momento.
          Sin embargo, me he dado cuenta de que el mejor indicador para saber que definitivamente ya no hay vuelta atrás, no es el tiempo que uno haya estado separado, ni la sinceridad de la amistad que los ex novios se profesen, sino cuando uno de los dos se cuadra con alguien más. He estado en esa situación varias veces y con reacciones variadas.
          Me ha pasado que cuando una ex novia me cuenta que está saliendo con alguien (un eufemismo que en realidad significa que se cuadró varias semanas antes) he reaccionado de la peor forma posible. Dicen que "por definición el nuevo novio de tu ex siempre es un güevón esfera" (es igual por donde se lo mire), pero una cosa es escucharlo y otra muy distinta es sentirlo. "¿No se suponía que no tendría por qué afectarme? ¿No pues que ya había pasado el tiempo, había elaborado el duelo de la separación y tenía una valiosa y honesta relación de amistad sin motivos escondidos?". Pues muy a pesar mío, el instinto que nos hace defender con uñas y dientes nuestro territorio me ha hecho pelar el cobre y reaccionar con violencia contra el nuevo hembrito de quien fue mi novia. "¿Así de olvidable resulté ser, que el primer aparecido pudo superar el fantasma de mi recuerdo?". Afortunadamente, cada novia que he tenido ha tenido tantas cualidades que después ya me resulta imposible transarme por menos; quedo tan malacostumbrado que siempre tengo expectativas más altas. En mi interior llegué a pensar que para mi ex de turno yo representaba lo mismo, y encontrarme con la sorpresa de haber sido superado no por Ewan McGregor o el Mr. Big de Sex and the City sino, por ejemplo, por alguien que a mi juicio no es mejor que Beto Reyes, es un ultraje que vale como motivo de riña a botellazo en una cantina. Lamentablemente esta reacción poco tiene más que ver con el ego que con el amor y ha sido sumamente vergonzoso reconocer que esos "celos de ex novio" me delatan como menos maduro de lo que creí ser.
          También me ha pasado que ver a una ex novia con su nueva pareja no me despierta el instinto asesino sino un profundo sentimiento de alegría por ella. El hecho de que se hubiera cuadrado muchísimo más pronto de lo que me imaginé (que es un eufemismo para decir que alguien ya le estaba echando los perros cuando estábamos por terminar) no lograba opacar mi simpatía por la nueva pareja. Cuando ha sido ese el caso, significa que he logrado dar vuelta a la página y he sido verdaderamente libre de apegos inútiles para seguir adelante. Ojalá siempre fuera así.

lunes, 17 de abril de 2006

La televisión a propósito de "V de venganza"


El fin de semana pasado vi V de Venganza de James McTaige y los Hermanos Wachowski, la recreación de un cómic inglés del mismo nombre que trata sobre los gobiernos totalitarios, el papel que juegan la televisión en la sociedad y lo que significa ser libre.

          Me encontré referencias a otras obras de ciencia ficción como la 1984 de Michael Radford. Por ejemplo, el papel del dictador lo hace John Hurt, el mismo que hace 22 años interpretó a al protagonista de 1984 y quien acaba siendo víctima del régimen.
          Al igual que en las Fahrenheit (Fahrenheit 451 de Ray Bradbury que me leí por fin a raíz de esta película y Fahrenheit 9/11 de Michael Moore), nos advierte sobre cómo la televisión es el arma predilecta por los regímenes totalitarios para manipular a sus gobernados. A diferencia de la civilización islámica para la que la palabra lo es todo, al parecer nuestra civilización occidental, cristiana durante casi toda su historia, es más proclive a dejarse influenciar por las imágenes.

          Anticipándose a toda esta situación, Orwell y Bradbury predijeron que tenderíamos a creernos todo lo que veamos en una pantalla. Es diferente de cuando leemos un texto, que tenemos que decodificarlo, interpretarlo y de pronto eso le da a nuestro cerebro unos cuantos milisegundos de respiro para intentar digerir lo que está leyendo. Si algo no nos queda claro o nos inspira suspicacias, siempre podemos devolvernos y releer el texto, marcarlo para compararlo con algo que hemos leído antes o verificar si lo que escribió el autor coincide con otras fuentes. La televisión es la tirana del ahora, sin medianos ni largos plazos, imprimiendo imágenes en nuestro cerebro a su propio ritmo sin que podamos apenas reaccionar más allá de la emoción. Semejante poder de impacto ha sido sabiamente aprovechado por nuestros gobernantes: si el líder se muestra en televisión seguro de sí mismo, escupe cifras e indicadores con total convicción, nos asegura que todo lo que está haciendo es por nuestro bien y nos promete seguridad a cambio de obediencia sin cuestionamientos, HOMBRE, TIENE QUE SER CIERTO.
          Hace muchos años, cuando era niño, no podía creer que los adultos compraran libros con páginas de puro texto sin un solo dibujito. Ahora me doy cuenta de que incluso de adultos, preferimos evitar el estrés de preguntarnos si nos están "dando en la cabeza" y abandonarnos al reconfortante discurso de quien dice que todo está bien.

lunes, 10 de abril de 2006

Cómo nos afecta la moda


En mi temprana adolescencia (hago la aclaración porque fui adolescente como hasta los 28 años) una de las cosas que más me podía emputar, era que una vendedora tratara de meterme por los ojos una camisa o un jean que no me gustara con el simple argumento de "eso es lo que se está usando". Me daba tanta piedra que generalmente el sólo hecho de que algo estuviera de moda era argumento suficiente pero para que yo NO lo comprara.
          La cosa se ponía peor cuando se trataba de prendas o accesorios "de marca", porque en mi mente ultra-racional no encontraba la lógica en que la gente pagara gustosa un escandaloso sobreprecio sólo por la marca. En efecto, un jean o unos tenis 'de marca' podían costar el triple que sus versiones 'chiviadas' o de marcas menos glamorosas. Así tuviera la plata, me parecía un ultraje que me cobraran de más por una prenda 'verdadera' si por menos plata podía obtener un producto similar de calidad igual o comparable. Y me mesaba los cabellos (en ese entonces tenía pelo, y además, largo) cuando la gente exhibía orgullosa el enorme logotipo de la marca en el pecho o en la espalda, de lado a lado. Gol olímpico y de visitante para los comerciantes, que lograban que la gente pagara de más y encima le hiciera publicidad a su marca.

          Hablando recientemente en una tertulia, encontré que ahora lo que me perturba no es tanto la moda, sino que no es tan fácil determinar quién la define. Posiblemente se deba principalmente a que no hay una única moda, sino que identificamos diferentes tipos. Si una moda es una escogencia compartida por un grupo de personas (muy consistente con la definición estadística: "valor que cuenta con una mayor frecuencia en una distribución de datos"), lo lógico es que cada grupo acoja modas que no necesariamente van a tener impacto en otros grupos.
          Por eso podemos hablar de modas locales y de modas masivas. Las primeras serían las que responden a las necesidades e idiosincrasia de una comunidad propia de un entorno geográfico y que se difunde por contacto directo: al ver algo novedoso en la calle ("¡qué tal ese man con balaca! "), difundido de boca en boca ("¿dónde compraste esos zapatos?"), porque alguien conocido lo ha adoptado, etc. Por su parte, las modas masivas básicamente son impulsadas por los medios de comunicación o que son definidos por figuras de los medios (el "péguele" de Beto Reyes, el "molto chic" de Laisa, el "Deje así" de Andrés López o las canciones de los FactoraXos).
          Esto nos lleva a preguntar cuál es el papel de los medios masivos: si definen las modas masivas (qué está de moda y qué está pasado de moda) o si simplemente las difunden. Concluimos que quienes definen lo que puede llegar a convertirse en moda (productores, diseñadores de ropa, creadores de tecnología y comerciantes en general) con frecuencia no parten de una innovación propia sino que se alimentan de lo que el mismo público ya ha empezado a adoptar como tendencia, para incorporarla y venderla muy amplificada a través de los medios. El ejemplo más claro que se me viene a la mente es la moda grunge de los 90, simbolizada por la costumbre de transformar los jeans con rotos y desgastados. Al volverse una tendencia popular, los fabricantes de ropa no tardaron en venderlos ya listos (rotos y desteñidos), sólo que más caros.
          Igual pasó con los morrales, que los adolescentes jamás usaban con ambas tiras simultáneamente para distinguirse de los niños y de los turistas alemanes. Poco tiempo pasó para que los fabricantes de morrales empezaran a producir versiones de una sola tira para llevar terciada, hasta evolucionar en los omnipresentes maletines para ambos sexos (perder comodidad frente al viejo morral parece un precio justo a pagar con tal de estar a la moda).
          En resumen, cualquier intento de transformar la moda para adaptarla a nuestro gusto particular que se medio popularice, al poco tiempo se vuelve estándar por obra y gracia de los productores y fabricantes que están atentos al mercado.
          Queda entonces la pregunta de con qué criterio cambiamos nuestro comportamiento, cómo adoptamos modas. Si en el caso local basta el simple gusto por el elemento adoptado en sí (una expresión ingeniosa o una camiseta cuyo estampado nos haga reír, independientemente de si conocemos o no a su portador), generalmente en el caso de las modas masivas es alguien famoso quien las impulsa. Si sentimos alguna afinidad por el personaje, es natural que queramos parecérnosle, identificarnos con el personaje, así los elementos que lo caracterizan no sean descrestantes en sí mismos. Por ejemplo, Madonna ha vuelto a imponer la moda discotequera de los 70, pero si cualquier otro lo hubiera intentado antes hubiera sido considerado una 'boleta'. Posiblemente busquemos cierta "transferencia" hacia nosotros de lo que la hace atractiva o exitosa, mediante la imitación.
          Sin embargo, ¿debería haber límite en cuanto a la adopción de modas? Yo creo que sí. Uno mismo debería ser autónomo para decidir qué escoger de entre las posibilidades del mercado, y si ninguna le satisface, armar su propia versión a partir de los elementos que tiene a su disposición. Si dicha elección es consistente con las modas imperantes o no, debería ser irrelevante, puesto que se trata simplemente de lo que a mí me gusta.
          Alguien dijo que dado que somos seres sociales, nuestra felicidad no podía depender exclusivamente de nuestros gustos sino que también dependía de que nos acepten nuestros semejantes. Me parece que lo más sano sería equilibrar ambas posturas, sin caer en el extremo de sacrificar nuestra comodidad o principios con tal de ser aceptados (o todo lo contrario). Me refiero a que quien adopta modas o consume irreflexivamente para calmar su ansiedad, es tan dependiente como quien rechaza todo aquello que está de moda por representar todo lo malo de la sociedad de consumo. Mi conclusión es que no somos islas, no somos independientes. Ya que aceptamos vivir en esta sociedad, mejor seamos conscientes de qué tan interdependientes somos y elijamos lo que nos conviene sin importar lo que nos quieran meter por los ojos.

lunes, 3 de abril de 2006

Por qué me metí en la vaca-loca de la ingeniería

Recuerdo que cuando era niño (sí, todavía me acuerdo; en realidad no fue hace taaaaanto tiempo) el programa de televisión que no me podía perder era Mazinger Z.
          Grosso modo, trataba de un piloto rebelde llamado Koji Kabuto que tripulaba una enorme máquina antropomorfa (no era propiamente un robot porque carecía de inteligencia artificial) que defendía su ciudad de un genio malvado que se hacía llamar Dr. Hell.
          El proyecto Mazinger Z consistía en mantener la enorme máquina funcionando, conseguir los recursos necesarios (la super-aleación de la que estaba hecho Mazinger era muy difícil de procesar y de extraer: sólo la había en ciertas vetas del monte Fuji en Japón), mantener unas vastas instalaciones donde trabajaban desde científicos y técnicos hasta expertos en armas de destrucción masiva. Además había laboratorios de investigación aplicada y desarrollo (IA+D), todo esto organizado por un competente científico llamado Dr. Yumi, sucesor del profesor Kabuto, quien fuera el abuelo de Koji y creador de Mazinger.
          Como todo niño, tenía una inclinación natural hacia las máquinas y mucho del tiempo que debí haber invertido en estudiar matemáticas me lo pasaba especulando sobre cómo funcionaba la máquina por dentro, cuál sería su fuente de energía y lo más intrigante de todo: cómo demonios algo tan pesado y claramente nada aerodinámico lograba volar. Otra cosa interesante es que, a diferencia de los monstruos mecánicos enviados por el Dr.Hell y sus esbirros que eran controlados por control remoto o por una deficiente inteligencia artificial semiautónoma, el piloto de Mazinger compartía la suerte de su contraparte mecánica. Esto simbolizaba que la clave del éxito del proyecto estaba en que humanos y máquinas trabajaban en llave para cumplir cada misión, mientras que las creaciones del Dr.Hell eran como esclavos descerebrados abandonados a su suerte por sus grotescos amos.
          Otra cosa que me llamaba la atención era que el villano de la serie, el Dr.Hell, no fuera un militar golpista, un político tirano o siquiera un capo de la mafia yakuza. Al igual que el abuelo de Koji y el Dr.Yumi, el Dr.Hell era un ?científico?. Como quien dice, los protagonistas de la serie, los del verdadero poder para crear o destruir, eran estos ?científicos?. Este asombroso poder para transformar la realidad es lo más parecido a la magia que he conocido jamás, y se me hace más seductora que la que rodea al mito de Harry Potter.
          Ya mucho tiempo después, cuando estaba en bachillerato, me di cuenta de que lo que más me gustaba de estos personajes estaba más relacionado con la ingeniería que con la investigación científica. De pronto los productores de la serie no habían visto a muchos ingenieros ni científicos en su vida, porque los protagonistas de Mazinger parecían más sabios renacentistas que científicos (el Dr.Hell y el profesor Kabuto eran ingenieros, arqueólogos, científicos y quien sabe qué mas. Además el Dr.Hell debía ser un criminal bastante exitoso para financiar su costosísima operación con otros torcidos además de construir monstruos para atacar el laboratorio del Dr. Yumi.
          Cuando tuve que decidir, aunque siempre me ha gustado la ciencia, me metí a ingeniería feliz de poder enseñar a las máquinas a trabajar con nosotros.